Cuando el impronunciable
“Cuando Dios el Impronunciable, se pronunció a sí mism@, se pronunció en vosotr@s. Vosotr@s sois, por lo tanto, también impronunciables.
Dios no os dotó de ninguna fracción de Sí mism@, pues es indivisible, sino que os dotó de toda su divinidad, indivisible, impronunciable.
¿A qué mayor herencia podéis aspirar vosotr@s? ¿Y quién o qué puede impediros disponer de ella, sino vuestra propia timidez y ceguera?
En lugar de estar agradecidos por esa herencia y en lugar de procurar los medios para poder tomar posesión de ella, algunos hombres y mujeres – ¡cieg@s e ingrat@s! – hacen de Dios una especie de estercolero al que arrojan sus dolores de muelas y de vientre, sus pérdidas financieras, sus querellas, sus venganzas y sus noches de insomnio.
Otros hacen de Dios su tesoro, donde esperan encontrar en todo momento lo que desean, dado que codician poseer todos los oropeles del mundo.
Todavía existen otr@s que hacen de Dios el administrador de sus intereses particulares. Pretender que Dios no sólo mantenga al día las cuentas de lo que poseen y de sus deudas, sino que también cobre lo que se les debe, consiguiendo siempre un pingüe y generoso saldo a su favor.
Sí, son muchas y diversas las tareas que los humanos asignan a Dios. Muy poc@s se dan cuenta de que si en verdad ellas estuviesen a cargo de Dios, las ejecutaría solícito y no necesitaría de humano algun@ para incitarle a ello o hacérselo recordar.
¿Acaso le recordáis a Dios las horas en que debe nacer el Sol o ponerse la Luna?
¿Acaso tenéis que recordarle las innumerables cosas que llenan este infinito universo?
¿Acaso os favorece menos que a los gorriones, al grano y a la araña? ¿Por qué no recibís, como ellos, vuestros presentes y os ocupáis de vuestras tareas, sin alaridos ni genuflexiones con los brazos extendidos, y sin buscar ansiosamente conocer el mañana?
¿Y dónde está Dios para que necesitéis gritarle, en Sus oídos, vuestros caprichos y vanidades, vuestras alabanzas y vuestras quejas? ¿No está en vosotr@s y en todo lo que os rodea? ¿No está su oído mucho más próximo a vuestra boca de lo que está vuestra lengua de vuestro paladar?
Le basta a Dios con su divinidad, de la que vosotr@s tenéis la semilla.
¿Si Dios, habiéndoos dado la semilla de su divinidad, tuviese que cuidar de ella en lugar de vosotr@s, cuál sería vuestra virtud? ¿Y cuál sería el trabajo de vuestra vida? ¿Y si vosotr@s no tuvieseis trabajo alguno que ejecutar, sino que Dios tuviese que ejecutarlo para vosotr@s, qué sentido tendría entonces vuestra vida? ¿Y de qué valdrían todas vuestras oraciones?
No elevéis a Dios vuestras innumerables preocupaciones y esperanzas. No le pidáis que os abra las puertas de las que os dió las llaves. Mas buscadlas en la inmensidad de vuestros corazones, pues en ahí se encuentra la llave de todas las puertas. Y en la inmensidad del corazón están todas las cosas por las que sentís sed y hambre, sean para bien o para mal…”
“El Libro de Mirdad”